miércoles, 24 de abril de 2013

Mis inicios- Primera parte


Ya lo he comentado anteriormente, los coches siempre han sido mi pasión. Mi padre era y es un gran aficionado al mundo del motor y yo desde que aprendí a leer con apenas 4 años, devoraba revistas de coches con avaricia. Con 5 años me subí a un kart que a mi padre le costó pues no sé si 3 o 4 sueldos de la época o tal vez más. Bueno, en realidad recuerdo la cifra exacta, 59.999 ptas. de 1976-77. Pasaba yo por el escaparate de Motocar en la calle Larga, en la esquina opuesta a donde tuvo su última ubicación y me quedaba embelesado viendo aquel cochazo, colgado en vertical de una alcayata. Mi padre, callado, entraba en la tienda, pedía permiso y lo medía y remedía y un buen día supe porque entraba en aquel escaparate: Para asegurarse de que cabía en el Dyane 6 que teníamos, aquel CA-0107-A.  Aún recuerdo el corrillo de niños y mayores alrededor, en una especie de fiesta admirando el bólido rojo mientras lo metíamos un sábado por la mañana en el Citroën.
El Kart MTK de 1976 en la actualidad

Ese fue el punto de partida de cómo se desbocó mi afición. Aquel pequeño cochecito fabricado por Miguel Tapias en Terrassa, el que más tarde fuera creador de Arisco, montaba un motor Ducati de 50cc con un carburador de 14 que hacían volar sus exiguos 25 kgrs. de peso. Eso sí, estaba limitado a 25 km/h. porque si no... Los primeros meses me cuenta mi padre que no alcanzaba a los pedales y que incluso dormía en él, tal era la pasión que tenía. Luego un cojín que me facilitara llegar apenas a los pedales y empezamos a rodar. Me cuenta mi padre que fue instintivo, nadie me explicó nada, deduje que el de la derecha era el de correr y el de la izquierda... ¿A quién le importa el freno? Me daba vueltas con él en la explanada de la plaza de toros cuando era de tierra, había árboles y pocos coches. Al fin y al cabo El Puerto dejó de ser un pueblo hace 3 días como aquel que dice. Luego nos lo llevamos al campo y allí en los carriles particulares empecé a "forjarme como piloto". Incluso un año me "escapé" de la feria del poblado de Doña Blanca llevando a mi prima montada, enfilé la carretera general y me fui a mi casa a 2 kms., mientras todos los coches que me cruzaba me saludaban sonriendo. Mi padre por su parte se dejaba los pulmones corriendo detrás de nosotros.

Todo eso que explican en las escuelas de conducción sobre reparto de pesos, tracción, par motor, inercias, etc. lo fui "deduciendo" yo solito. Con un eje rígido en el que ambas ruedas giran solidarias, el coche tenía una tendencia innata a seguir recto, a subvirar, y yendo lento, giraba, pero me costaba dar la vuelta a poco que el camino fuera un poco estrecho y la verdad es que me daba mucha rabia bajarme del coche para empujarlo hacia atrás. Empecé tirándome a todo trapo y clavando el freno que actuaba al eje trasero amagando un trompo. Bueno, amagando al principio, porque ya os imaginaréis como acabó aquello. Después fui un poco más lejos y descubrí que si justo antes del giro levantaba gas al torcer el volante y a continuación pisaba bruscamente, el coche se sujetaba más de delante y tendía a cerrar la trayectoria y aquello dio lugar a giros "espeluznantes", sobre todo porque el conductor no levantaba dos palmos del suelo.

Más tarde vendría el contravolante. Por más que yo me empeñaba en decirles a los niños que para torcer a la derecha yo tenía que girar el volante a la izquierda, no me entendían. Supongo que les pasaría como a Rayo McQueen escuchando las atentas explicaciones de Doc Hudson. Pero yo ya había empezado a explorar eso de pegarle dos meneos al volante para cada lado antes de la curva, que el coche girara con las ruedas rectas y que cuando estaba terminando un giro a la derecha yo tenía el volante torcido a la izquierda. Recuerdo a mi padre diciendo: "Si hace esto ahora con ese juguetito, no me quiero imaginar qué hará de mayor con un coche de verdad".

Luego vendrían los años "mozos", esos en que quieres que tu padre te deje meter o sacar el coche de la finca, o cuando tiempo más tarde estás haciendo algo en otra parcela a unos cientos de metros y quieres irte corriendo a por el coche para cargar las herramientas. En aquella época mi padre tenía un Seat 1200 Sport, un "pepino" de la época. Mis primeros metros al volante fueron con el 1200. Un día con 12 años le dije a mi padre que quería darle la vuelta en el camino y mi padre me contestó que yo no sabía conducir y le dije que sí, que me había fijado que de los tres pedales el de la derecha era para andar, el del centro para frenar y el izquierdo se pisaba para poder mover la palanca de las marchas, todo un libro de test de autoescuela resumido en una frase de crío. Mi padre entonces se sonrió y me dijo que bueno, que vale, pero que si se me calaba el coche, hasta los 18 nada de nada. Yo que era consciente de que el 1200 era un coche puntiagudo y un tanto agresivo, me propuse que no se me calara. Creo que casi 30 años después mi padre seguirá preguntándose cuánto dinero en gomas se le fue en aquella derrapada... Pero no se me caló y poco a poco fui depurando mi "técnica de salida".

Cuando mi madre se sacó el carnet en 1985, vino a casa un Seat 133 de 843cc y 34 CV un utilitario al uso, un "todo atrás". y ahí recordé mis tiempos de la infancia, aquello de "bailar" con un trasera antes de entrar en las curvas. Hombre, cortito de potencia iba, pero las ruedas traseras empujando tenían su gracia, y vaya si la tenían, a poco que cayeran dos gotas y se enfangaba el camino, aquello se convertía en un Grupo B o eso me parecía a mi. Madre mía qué apuros cuando la puñetera "Blanquita" (como así lo bautizaron mis amigos) se ponía de costado y me faltaban manos para enderezar un coche con un volante enorme, finísimo y con una sensación de flotación del eje delantero increíble. Eso por no contar alternando pilotaje y copilotaje, los tramos por las hijuelas con un Seat 131 Perkins Panorama desahuciado por la madre de mi amigo Vani que acabó sus días empanzado en un fangal.

En el 90, con la Blanquita y el Sport al alimón, me saqué el carnet de conducir, aunque mi padre, que me tenía muy calado, no me dejaba irme el sábado por la noche con el 1200, así que la blanquita era mi burro de carga. Incluso en una época que se le estropeó la puesta en marcha, gracias a lo poco que pesaba, me estuve apañando yo sólo; abría la puerta del conductor, lo empujaba corriendo, saltaba dentro y metía la segunda, ya lo teníamos arrancado.

Con la decisión y la oportunidad de comprar un coche nuevo, la Blanquita se entregaba para sacar un flamante Renault Clio 16V que aún conservamos con casi 22 años y 87.000 kms. y yo... ¡¡¡¡me dejaban el 1200 Sport!!!! Pero tras una serie de consideraciones sobre la dificultad de encontrar repuestos (internet no estaba ni pensado), se optó con mucho dolor de mi corazón por entregar el 1200, nos dieron 165.000 ptas por él, que estaba muy bien y yo me quedé con el 133. Aún con todo, el verano del 91 tuve disponibilidad absoluta sobre el Seat Sport y lo recordaré siempre como posiblemente el mejor verano.

En estas conviene recordar que en el 88 unos tipos de algo que se llamaba Escudería Sura montaban un espectáculo en los aledaños de la Puntilla, el slalom Autocenter, una carrera de coches en la que sólo se necesitaba "un coche y un casco". Yo me fijé en eso y me dije: "En cuanto pueda, ahí estoy yo". Pude ver El Puerto y Jerez ese año que era lo más cercano, pero en la radio hablaban de esas carreras y yo pendiente de ellas. Así aguantaría el 89 y el 90 y en el 91, con carnet, empecé a ir a verlas todas con mi buen amigo Vani. Y además en aquel año 91, en el paseo Reyes Católicos de San Fernando, el 1 de mayo, asistí al debut del coche que marcaría la historia de los slaloms: un Land Rover Discovery se acercaba al parque cerrado remolcando lo que parecía ser un muy modificado Seat 1200 Sport de color morado. No sabía yo en ese momento que acabaría teniendo tanto que ver con aquel coche que era como la máxima expresión, el coche de mi padre llevado absolutamente al límite.

En el año 92, un compañero de la facultad, Paco Matalobos, se compró un Seat 127 y debutó en los slaloms. Recuerdo irnos entre clases al Río San Pedro, donde ahora está Dragados a practicar trompos con él. En el 93 Paco evolucionó su coche. Como ya he comentado en alguna otra entrada, Paco era un tipo metódico, detallista y con una conducción fina, que sin estridencias se colaba en la scratch. También fue el año 93 en el que mi amigo Vani, Geovaní (Yobani para los "no iniciados"), debutó en los slaloms con un 127. También iba yo a debutar porque la realidad es que fueron dos 127 los que compramos, por una suma total de 40.000 ptas., pero a mi no me llegaba y de los dos, el "mío" lo vendimos por 25.000 ptas. a un conocido. La realidad es que a Vani esto le gustaba, pero no lo suficiente, le faltaba ese puntito de pasión y al final de la temporada 93 llevó su coche a hacer entero a Duvaz Sport para al acabar la temporada 94 colgar el casco y no volver jamás. También aquel año, charlando con Paco Matalobos me soltó una salida de tiesto importante: "Qué sabrás tú el dinero que cuesta correr..." Claro que lo sabía, el que no tenía, pero arrierito somos y en el camino nos encontraremos. Ya correré y te comerás tus palabras.

Precisamente el año 94 fue un año clave. A finales del 92, la bomba de aceite de la Blanquita había empezado a dar síntomas de fatiga, se entregó en el desguace y compramos un Panda de segunda mano que parecía faltarle un puntito de fuerza, pero no iba malote. Una noche a ese Panda no le saltó el ventilador, se recalentó y gripó el motor. El coche se reparó en dos talleres, uno empezó la faena, no la acababa, se llevó a otro, que fue el que lo terminó... Y el gruísta que me lo recogió fue un tal Rafael Escalante, ¿se acuerdan de él? Aquel Panda cansó con las reparaciones y mi padre decidió partir la baraja por la mitad: Nos compramos un coche nuevo, un Fiat Cinquecento y el Panda... "Si eres capaz de volver a hacerlo andar y lo quieres para las carreras, es tuyo". Creo que fueron 48 horas lo que tardó en tener la culata quitada para evaluar daños. Se pegó una buena mi amigo Juan Antonio haciendo que aquel coche funcionara dignamente.

Por entonces ya llevaba yo unos meses haciendo un programa de motor en la TV local "Telepuerto", a los que suministraba las imágenes que mi, por aquel entonces "aspirante a", cuñado, grababa con su videocámara. A Alfre también le tuvo que llegar hondo esto de las carreras porque de aquellas tras terminar un módulo de electricidad se hizo uno de automoción y relevó a Juan Antonio, por entonces ya casado y camino de ser padre de familia, en el mantenimiento del Panda (y de todo lo que vino después) y hoy se gana la vida precisamente como jefe de taller de una multinacional de mecánica rápida. A Telepuerto llevábamos pilotos para entrevistar, incluso en verano en exteriores exponíamos en el improvisado estudio el coche de carreras. Por entonces ya estaba totalmente integrado en el mundillo de los pilotos, sus coches, etc. ya estaba preparado para mi largamente meditado debut, pero faltaba "la pasta" y en una retransmisión desde Aquasherry en que entrevistaba a Juanma Maturana y a Miguel Ángel Zarzuela en el verano de 1995, estos, "con muy buen criterio" comentaron a los responsables de la TV local que me tendrían que echar una mano para correr. Aquello lo escuchó Enrique Pérez del Real, responsable de RRPP del parque acuático y con la ayuda de Miguel Suárez, de talleres Suárez Barba al que entrevisté en otro programa, y de Enrique que lió a Carlos, su director, ya tenía la pasta para ir a mi primera carrera, pero aún faltaba un fleco, llevar el coche que no podía circular, y ahí apareció Eduardo Jiménez "Fico" con su grúa y me lo llevó gratis al slalom de Benalup 1995.

El resto, os lo cuento en la próxima.

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